Los fusilamientos de la Moncloa
Francisco Goya
Museo del Prado
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En aquella ocasión pintaste un grito,
hasta tu mano diestra estremecida.
Esa camisa blanca,desgarrada,
esas manos que crecen en la sombra.
ese farol luciérnaga horrorosaque bebe carmesíes en la tierra,
ese hombre que gime
con atónitos ojos deslumbrados
por la mirada última del mundo
o el otro ya caído que se abraza a la tierra
como con ansia de nacer de nuevo,
y esa fría muralla inexpugnable
de violentas espaldas obstinadas
forman el grito inolvidable, inmenso,
que del odio subió a tu mano diestra.
Después de haberlo visto
nada lo arrancará de la memoria.
Ni los claros de luna,
ni la rosada y virgen luz del alba.
ni primavera en flor, ni lento otoño,
ni árbol ni mar, ni pájaro ni rosa
ni ojos azules en amor mirados
pueden borrar la imagen de esos cuerpos
calmando su profunda sed de vida
en los regueros rojos que de dentro les nacen.
Nada podrá librar al mundo de esa angustia,
de esa agonía lenta de los hombres
en rebeldía inútil
contra el destino del seguro paso,
que inevitable rítmica andadura
acortando las horas,acercándose.
No sé si con zarpazos o temblores
quedó inscrito en tu cuadro este mensaje
que yo digo en palabras llanamente:
"Pasad de largo, si pasad de largo.
No miréis esos muertos
cuyos labios inmóviles os gritan su desprecio.
La vida es vuestra prisa,
vuestro pequeño mundo donde todas las cosas tienen su sitio fijo".
La muerte que aquí alienta
no es esa esbelta dama que conoce
la familiar tibieza de las sábanas.
Esta es la muerte vil de los caminos
cuyos pasos se acercan uno a uno,
hembra mala de noches sin aurora,nodriza del espanto
hija y madre del crimen.
No la miréis. Para descanso vuestro
he pintado la fina alegoría
de las verdes praderas en declive
donde el amor acampa y el donaire.
A vuestros ojos fáciles he dejado primores,
milagrosas cinturas, tornasoladas tardes
de un arrebol igual que las mejillas
de la muchacha dulcemente amada.
Cómplice malicioso de la risa
he pintado el vacío de unos rostros
que las monedas de oro hermoseaban.
Llevad allí vuestra mirada húmeda.
Aquí sólo deseo que se fijen
los ojos habituados a la muerte:
miradas secas de horizontes anchos
como las tierras de mi nacimiento.
Quiero que me comprendan
los que cuentan el tiempo por latidos
y han pasado despiertos sin temores,
el confín turbio de las pesadillas.
Habitantes de agónicos trasmundos
donde el sueño y la vida se confunden.
ellos son mis hermanos, para ellos
va escrito mi mensaje en este cuadro.