Liebre, 1502 Galería Albertina, Viena Albert Durero |
Deja, Guillermo, la razón a un lado
e imagina que vas por un sendero
y encuentras a la liebre que Durero
pintó, temblando ella, tú asombrado.
¡Es tan real, ahí, sobre la hierba!,
que ya eres como Alicia en el espejo
siguiendo a su estrambótico conejo.
Aunque pintada, creo que te observa
y, al ser eterna, ha de lograr que, cuando
la muerte al fin me alcance con su galgo,
se salve al menos de este día algo;
que, cuando ya sin mí la estés mirando
solo, te ha de contar que no lo olvida,
que aquí nos vio a los dos, que así es la vida.