El sueño. Henri Rousseau, 1910. Museo de Arte Moderno de Nueva York
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Yadwigha, los literalistas se preguntaron entonces
Por qué diablos yacías tumbada en ese diván barroco
Tapizado de terciopelo rojo, ante la mirada de un par
De tigres en libertad y de una luna tropical,
Plantado en medio de una intrincada espesura de verdes
Hojas acorazonadas, como de catalpa, y de esos lirios
De tamaño mostruoso, tan distintos de los bien criados.
Al parecer, aquellos críticos cuadrículados pretendían
Que eligieses entre tu mundo de jungla exuberante
Y el remilgado beau mode del diván rojo,
Con su lujo bric-à-brac pero sin esa luna
Que ta hace tan radiante, sin la mirada
De esos tigres amansados por tus pupilas negras
Y tu cuerpo, más blanco que su ribete de lirios:
Ellos habrían tapado la luna con seda amarilla,
Aplastado las hojas y los lirios hasta volverlas papeles
De decoración o, como mucho, un tapiz de mille-fleurs tras de ti.
Pero el diván se osbtinó en quedarse en su jungla: rojo sobre verde,
Rojo sobre cincuenta tonos de verde, resplandeciendo
Y desafiando con ferocidad las miradas prosaicas.
Así que Rousseau, para explicar por qué el diván rojo
Estaba en el cuadro entre los lirios, los tigres,
Las serpientes, el encantador con su flauta,
Las aves del paríso, la luna llena y tú,
Dijo que reposabas, soñando bajo la luna llena,
En un diván de terciopelo rojo en tu tocador de verdes
Mosaicos; que, escuchando el sonido de la flauta,
Imaginabas estar lejos, bajo la mirada de la luna,
En una jungla de aguamarina; que unos brillantes lirios
Grandes como lunas cabeceaban alrededor de tu diván;
Y que, en ese viaje imaginario -les dijo Rousseau a los críticos-,
El diván iba contigo. Sólo entonces aceptaron ellos el diván bajo la luna,
La canción del encantador de serpientes y los gigantescos lirios,
Y contaron, maravillados, las decenas de tonos verdes que había.
Pero Rousseau, en privado, le confesó a un amigo que su mirada
Estaba tan poseída por el resplandeciente rojo del diván
En el que tú, Yadwigha, posabas, que te pintó en él para regalarse
La vista con ese rojo -¡y qué rojo!-, bajo la luna
Y en medio de esos verdes y de esos enormes lirios.
Nota: Esta pintura es el retrato Yadwigha, la amante polaca de Rousseau. El genial pintor escribió además un poema para acompañar la obra titulado, Inscription pour la Rêve, y que ya ha aparecido en este blog:
Yadwigha dans un beau rêve S'étant endormie doucement Entendait les sons d'une musette Dont jouait un charmeur bien pensant. Pendant que la lune reflète Sur les fleuves [ou fleurs], les arbres verdoyants, Les fauves serpientes pretent l'oreille Aux transmite gais de l'instrument. |
Yadwigha en un hermoso sueño Se ha dormido suavemente Oye el sonido de un piccolo oboe Interpretado por un bien intencionado encantador [de serpiente]. Mientras la luna se reflejaba En los ríos [o las flores], los árboles verdes, Las serpientes salvajes escuchan Las alegres melodías del instrumento. |